lunes, 19 de diciembre de 2016

LA OBEDIENCIA

Obedecer es un deber de todos los que están bajo autoridad. Dios premia la obediencia con grandes bendiciones (Dt. 28:1-14). “Y todo lo hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís” (Col 3:23-24). El término obediencia (del Lat. ob audire = el que escucha), al igual que la acción de obedecer, indica el proceso que conduce de la escucha atenta a la acción, que puede ser puramente pasiva o exterior o, por el contrario, puede provocar una profunda actitud interna de respuesta. Obedecer requisitos se realiza por medio de consecuentes acciones apropiadas u omisiones. Obedecer implica, en diverso grado, la subordinación de la voluntad a una autoridad, el acatamiento de una instrucción, el cumplimiento de una demanda o la abstención de algo que prohíbe.

La obediencia es la primera lección que debemos enseñar en el hogar. Efesios 6.1 nos dice lo siguiente: “Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo”. El modelo que el Señor estableció para la obediencia se refleja en el hogar, de allí nuestra entera disposición a defender la familia, como célula básica de la sociedad. Así como el Dios todopoderoso es nuestra máxima autoridad y debemos obedecerle, los hijos deben honrar y obedecer a sus padres.


Nuestra obediencia al Señor incluye enseñar a nuestros hijos a obedecer, igual a enseñar a nuestras comunidades el verdadero sentido de obedecer. Si nos sometemos a la autoridad de Dios mientras instruimos a nuestros hijos, ellos también aprenderán a seguir al Señor. Sin embargo, si les decimos que nos obedezcan, pero nosotros no guardamos los mandamientos de Dios, se darán cuenta de la contradicción que vivimos y optarán por desobedecer. Sé que habrá jóvenes sin padre o madre, o quizás sin un modelo de obediencia correcto, por lo que, en tal caso, les corresponde la tarea de romper con esa cadena de rebeldía e iniciar una vida de obediencia a Dios, su Palabra y las autoridades puestas por Él.

Una vida obediente no siempre es perfecta. No siempre tomaremos la decisión correcta, ni haremos todo lo que el Señor desea. Pero aquellos que desean obedecer a Dios, serán amonestados inmediatamente por el Espíritu Santo cuando actúen de manera incorrecta. Si vivimos llenos del Espíritu de Dios, nuestra primera reacción ante el pecado será la confesión y el arrepentimiento. Y si hemos ofendido a otra persona, nos acercaremos a ella y le pediremos perdón. Pero si dejamos ese asunto para otro día, puede que lo posterguemos por semanas, meses o años, y eso es desobediencia.
La rebelión es lo contrario a la obediencia. Como Dios es nuestra máxima autoridad, cada vez que escogemos desobedecer sus mandamientos, nos rebelamos contra Él. Samuel le dijo al pueblo de Dios: “Mas si no oyereis la voz de Jehová, y si fuereis rebeldes a las palabras de Jehová, la mano de Jehová estará contra vosotros como estuvo contra vuestros padres” (1 S 12.15). Esta es una valiosa enseñanza que debemos compartir con nuestros hijos, padres, hermanos, familias, vecinos. Los grandes problemas que hoy vemos en los hogares son consecuencia de que los padres han desobedecido al Señor y los hijos no obedezcan a sus padres, trayendo una serie de acontecimientos dañinos para las buenas relaciones.

La obediencia consiste en hacer lo que Dios nos dice, de la manera y en el tiempo que desea que lo hagamos. Si seguimos las instrucciones del Señor, nuestra vida será influenciada por ellas. Cada vez que enfrentemos situaciones difíciles, nos preguntaremos qué es lo que el Señor desea que hagamos. Por ejemplo, si alguien nos ofende, debemos recordar que Cristo nos enseña a perdonar a los demás. Aunque quizás no sepamos ningún pasaje bíblico de memoria, sabremos distinguir entre lo bueno y lo malo. Además, contamos con el Espíritu Santo que mora en nosotros para ayudarnos a escoger lo que es correcto. Si pecamos, es Él quien nos muestra lo que hemos hecho mal para que podamos arrepentirnos. Nunca podremos vencer el pecado con nuestras propias fuerzas, pero el Espíritu de Dios nos da el poder para vivir de acuerdo a su voluntad.

CONCLUSIONES Y DESAFÍOS

Piense en alguna ocasión en la que obedeció a Dios en medio de una situación difícil. ¿De qué manera obró el Señor en su vida?

Considere también alguna ocasión en la que fue desobediente o obedeció a Dios de manera parcial. ¿Qué consecuencias sufrió? ¿De qué manera se vio afectada su vida al seguir el sendero de la desobediencia?

Dios les bendiga,

Pastor Alberto E. Petit P.




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