Obedecer es un deber de todos los que están bajo autoridad.
Dios premia la obediencia con grandes bendiciones (Dt. 28:1-14). “Y todo lo
hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, sabiendo
que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor
servís” (Col 3:23-24). El término obediencia (del Lat. ob audire = el que
escucha), al igual que la acción de obedecer, indica el proceso que conduce de
la escucha atenta a la acción, que puede ser puramente pasiva o exterior o, por
el contrario, puede provocar una profunda actitud interna de respuesta. Obedecer
requisitos se realiza por medio de consecuentes acciones apropiadas u
omisiones. Obedecer implica, en diverso grado, la subordinación de la voluntad
a una autoridad, el acatamiento de una instrucción, el cumplimiento de una
demanda o la abstención de algo que prohíbe.
La obediencia es la primera lección que debemos enseñar en
el hogar. Efesios 6.1 nos dice lo siguiente: “Hijos, obedeced en el Señor a
vuestros padres, porque esto es justo”. El modelo que el Señor estableció para
la obediencia se refleja en el hogar, de allí nuestra entera disposición a
defender la familia, como célula básica de la sociedad. Así como el Dios
todopoderoso es nuestra máxima autoridad y debemos obedecerle, los hijos deben
honrar y obedecer a sus padres.
Nuestra obediencia al Señor incluye enseñar a nuestros hijos
a obedecer, igual a enseñar a nuestras comunidades el verdadero sentido de
obedecer. Si nos sometemos a la autoridad de Dios mientras instruimos a
nuestros hijos, ellos también aprenderán a seguir al Señor. Sin embargo, si les
decimos que nos obedezcan, pero nosotros no guardamos los mandamientos de Dios,
se darán cuenta de la contradicción que vivimos y optarán por desobedecer. Sé
que habrá jóvenes sin padre o madre, o quizás sin un modelo de obediencia
correcto, por lo que, en tal caso, les corresponde la tarea de romper con esa
cadena de rebeldía e iniciar una vida de obediencia a Dios, su Palabra y las
autoridades puestas por Él.
Una vida obediente no siempre es perfecta. No siempre
tomaremos la decisión correcta, ni haremos todo lo que el Señor desea. Pero
aquellos que desean obedecer a Dios, serán amonestados inmediatamente por el
Espíritu Santo cuando actúen de manera incorrecta. Si vivimos llenos del
Espíritu de Dios, nuestra primera reacción ante el pecado será la confesión y
el arrepentimiento. Y si hemos ofendido a otra persona, nos acercaremos a ella
y le pediremos perdón. Pero si dejamos ese asunto para otro día, puede que lo
posterguemos por semanas, meses o años, y eso es desobediencia.
La rebelión es lo contrario a la obediencia. Como Dios es
nuestra máxima autoridad, cada vez que escogemos desobedecer sus mandamientos,
nos rebelamos contra Él. Samuel le dijo al pueblo de Dios: “Mas si no oyereis
la voz de Jehová, y si fuereis rebeldes a las palabras de Jehová, la mano de
Jehová estará contra vosotros como estuvo contra vuestros padres” (1 S 12.15).
Esta es una valiosa enseñanza que debemos compartir con nuestros hijos, padres,
hermanos, familias, vecinos. Los grandes problemas que hoy vemos en los hogares
son consecuencia de que los padres han desobedecido al Señor y los hijos no
obedezcan a sus padres, trayendo una serie de acontecimientos dañinos para las
buenas relaciones.
La obediencia consiste en hacer lo que Dios nos dice, de la
manera y en el tiempo que desea que lo hagamos. Si seguimos las instrucciones
del Señor, nuestra vida será influenciada por ellas. Cada vez que enfrentemos
situaciones difíciles, nos preguntaremos qué es lo que el Señor desea que
hagamos. Por ejemplo, si alguien nos ofende, debemos recordar que Cristo nos
enseña a perdonar a los demás. Aunque quizás no sepamos ningún pasaje bíblico
de memoria, sabremos distinguir entre lo bueno y lo malo. Además, contamos con
el Espíritu Santo que mora en nosotros para ayudarnos a escoger lo que es
correcto. Si pecamos, es Él quien nos muestra lo que hemos hecho mal para que
podamos arrepentirnos. Nunca podremos vencer el pecado con nuestras propias
fuerzas, pero el Espíritu de Dios nos da el poder para vivir de acuerdo a su
voluntad.
CONCLUSIONES Y DESAFÍOS
Piense en alguna ocasión en la que obedeció a Dios en medio
de una situación difícil. ¿De qué manera obró el Señor en su vida?
Considere también alguna ocasión en la que fue desobediente
o obedeció a Dios de manera parcial. ¿Qué consecuencias sufrió? ¿De qué manera
se vio afectada su vida al seguir el sendero de la desobediencia?
Dios les bendiga,
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